Antes de ser candidata a la presidencia, Marina Silva fue ministra, diputada y también sindicalista. Pero, mucho antes, era una niña con malaria, negra y pobre de Brasil que recolectó caucho en la Amazonia, limpió casas y soñaba con ser monja. “Me despertaba a las cuatro de la mañana, cortaba unos leños para encender el fuego. Hacía café y una ensalada de plátano con huevo. Ese era nuestro desayuno”, cuenta la postulante por el Partido Socialista de Brasil (PSB), que fue alfabetizada a los 16 años y hoy escribe poemas en su tiempo libre.
María Osmarina Silva Vaz de Lima creció en el Seringal Bagaço, en el estado de Acre, en la Amazonia. En la pobreza y expuesta a las inclemencias de la selva, Marina contrajo malaria cinco veces, hepatitis otras tres, padeció leishmaniasis -una enfermedad cutánea- y, como secuela de tanto medicamento, tuvo contaminación por metales pesados. La desahuciaron tres veces. Ahora, a sus 56 años, esta mujer menuda, de voz aguda y con el cabello recogido siempre en un moño, lucha por arrebatarle la presidencia a la exguerrillera Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores, PT, izquierda), con quien compartió militancia en el pasado.