Comunicación: Escuchar
¿De qué manera lograremos que nuestra receptividad mejore nuestra relación con nuestros hijos?
¿Qué roles tradicionales asumimos al prestar atención a los hijos?
¿Qué es escucha reflexiva?
¿Por qué son más efectivas las respuestas abiertas que las cerradas?
¿Qué nos aporta la escucha reflexiva con relación a los hijos, los padres, otros maestros y el personal administrativo?
Escuchar es un arte. En vez de desesperarnos porque “nuestros chicos no nos escuchan,” podríamos beneficiarnos al examinar la forma en que nosotros escuchamos a nuestros hijos. Escuchamos de diversas maneras en función de nuestro estado de ánimo, nuestros sentimientos hacia quien nos habla, nuestra opinión sobre lo que dice quien habla y, en el casa, nuestras percepciones sobre el papel del padre.
Si aceptamos la importancia de mostrar a nuestros hijos nuestro interés sobre lo que piensan y sienten, entonces tiene sentido que probemos otros métodos receptivos. La mayoría de nosotros no somos buenos receptores por naturaleza, pero podemos mejorar si aceptamos la complejidad de esta aptitud básica de comunicación y empezamos a practicar con nuevos enfoques. No podemos comprender el comportamiento de nuestros hijos ni proporcionarles el estímulo adecuado si no prestamos atención a lo que nos dicen y a sus sentimientos. El primer paso vital es la receptividad ante sus mensajes verbales y no verbales.
¿Quién está escuchando?
Uno puede identificar si una persona realmente nos escucha.
Supongamos que vio a su hijo peleando por cuarta vez esta semana. En un momento dado jugaba al fútbol; al siguiente estaba pateando a Pedro. Sólo se distrajo el tiempo que le llevó atarse los cordones de los zapatos.
Está molesto. Entra de golpe en la sala y se sienta junto a su esposo, que está tomando una taza de café y leyendo. Empieza a contarle lo que siente con relación a la situación de su hijo.
Su marido se muestra inquieto. Continúa leyendo. Ordena unos papeles. Mira hacia la puerta y al reloj. Responde con una “¿Ah sí?” Finalmente, se cansa. Es obvio que no le está prestando atención.
¿Cómo se siente? Probablemente enfadado. Quizás algo avergonzada, incluso dolido. Seguro que no volverá a comentar nada con Juana.
¿Alguna vez ha respondido a sus hijos del mismo modo en que su esposo lo hizo? Cuando se acercan tristes o preocupados, ¿les presta atención, o mira hacia otro lado? O quizás les da consejo, incluso antes de que terminen de hablar. ¿Permanece siempre sentado detrás de su sillón? Su lenguaje corporal les indica, “No me importa,” aunque su voz les diga, “Te comprendo”.
A muchos nos cuesta reaccionar ante las fuertes emociones de los demás. Nos enseñaron a ocultar nuestra rabia, nuestro temor y nos sentimos inquietos al percibir dichas emociones. Incluso las expresiones de alegría nos pueden resultar inquietantes cuando no es el momento “oportuno”.
Pero como maestros afrontamos constantemente las fuertes emociones de nuestros hijos. Los jóvenes suelen expresar sus sentimientos con facilidad. Sus días en el colegio transcurren entre sentimientos de dolor, frustración, diversión, rabia, triunfo. Si ignoramos sus sentimientos o pretendemos separar el aspecto emocional del intelectual con relación al aprendizaje, nos arriesgamos a perder la colaboración y el respeto de nuestros alumnos. Además, establecemos una barrera formidable para la creación de un aula democrática y estimulante. Cuando nos empeñamos en eludir los sentimientos, estamos obstruyendo nuestra propia labor.
¿Cómo mejorar mi capacidad receptiva?
En una relación de confianza hay que saber escuchar. Debemos demostrar a los hijos que aceptamos y respetamos sus sentimientos. Al igual que la mayoría de las personas, nuestros hijos se sienten más felices y se desenvuelven mejor en un entorno de aceptación y respeto mutuo. Podemos crear ese entorno si aprendemos a comunicarnos con “el lenguaje de la aceptación” (Gordon, 1974).
Este lenguaje es parcialmente verbal. Mostraremos a los hijos que les estamos escuchando si nos vemos y sentimos preparados y cómodos; que no les estamos escatimando tiempo. Inclínese hacia delante, de cara al niño, mantenga contacto sin mirarle fijamente, desarrolle la conversación sin barreras físicas, como un escritorio, entre usted y él/ella. Los hijos perciben de inmediato si nuestras palabras no van acorde a nuestro tono de voz o postura.
Sobre todo, esté dispuesto a escuchar al hijo y a evitar cualquier tipo de juicio. Enfatice: no es preciso que compartamos las mismas emociones ni percibamos la situación de la misma manera, pero podemos comprender sus sentimientos e intentar entender su punto de vista. Aprenda a utilizar el silencio. Debemos aprender a limitar nuestra voluntad de controlar todas las conversaciones con los hijos. Deje que hablen. Utilice algunas afirmaciones verbales para mostrarles que está escuchando y prestando atención, pero limite las interrupciones y no malinterprete sus palabras. Los hijos necesitan y merecen la misma consideración que otorgamos a nuestros mejores amigos.
Una vez que se sienta y se muestre receptivo, experimente con una técnica especial para transmitirle a los hijos que comprende sus sentimientos. Utilice la escucha reflexiva.
Escucha reflexiva
La escucha reflexiva requiere de una respuesta que manifieste a los hijos sus sentimientos y las circunstancias o razones de dichos sentimientos. Uno no los interpreta ni analiza. Simplemente demuestra haber escuchado y comprendido.
Por ejemplo, Martín se le acerca con los ojos llenos de lágrimas. “Esos chicos no me dejan jugar al béisbol con ellos.” Usted le responde con un, “Estás triste porque te han dejado fuera del juego.” Manifestando los sentimientos de Martín:
“Estás triste…
Manifestando las circunstancias o razones por las cuales Martín se siente de ese modo:
…porque te han dejado fuera del juego.”
Convirtiéndose en un espejo, en el que se refleja el mensaje de Martín parafraseado, no simplemente repitiendo, lo implícito y lo dicho. Si hubiese repetido sus palabras, no habría sabido si usted lo comprendió o si le importó. Martín no dijo sentirse triste. Usted interpretó sus sentimientos en función de sus palabras y su expresión, su postura, tono de voz, velocidad de habla. En realidad, no añadió nada a lo que él dijo. Simplemente manifestó en palabras todo lo que su mensaje le transmitió. De esta manera, su respuesta de escucha reflexiva se intercambia con lo que el hijo expresó.
Cuando los niños se molestan, tienden a perder la perspectiva. Sus problemas parecen abrumadores, sus sentimientos insufribles. El uso de la escucha reflexiva puede ayudarles a ver la situación más clara y racionalmente. Además, les ayuda a articular sus sentimientos; podrán enumerar sus emociones.
A veces los niños utilizan “palabras emocionales”. Dicen, “estoy enfadado” o “estoy dolido”. Cuando lo hagan, puede repetir sus palabras o utilizar otras; lo importante es reconocer el sentimiento tras el contexto, traducir las claves no verbales a lenguaje. Traducir, no interpretar. Primero debemos mostrar a nuestros hijos que comprendemos sus sentimientos, para poder crear una relación de confianza. Facilitarles palabras para lo que parece un sentimiento inexplicable también les ayuda a poner una situación en perspectiva.
La escucha reflexiva puede ser útil con todo tipo de niños. Incluso los más jóvenes se benefician al saber que sus padres los aceptan y manifiestan sus sentimientos. Pero incluso en los mensajes simples, la escucha reflexiva exige práctica.
Los sentimientos primero. Empiece centrándose en la selección y manifestación del sentimiento de un hijo.
Yolanda dice, “Nunca entenderé las matemáticas. Son demasiado difíciles.”
Retrase su respuesta unos 10 segundos para ponderar lo escuchado. Pregúntese qué está sintiendo Yolanda. Luego proceda, “Te sientes desanimada” o “Te sientes deprimida”. Utilice las palabras que considere más adecuadas para esta hijo en particular, las palabras que ella aceptará. Hay hijos a los que no les gusta que les digan que tienen “miedo”, pero que aceptan estar “nerviosos” o “preocupados”. El hablarles en un tono tentativo de voz cuando se refiere a ellos, les ayuda a aclarar sus propios sentimientos, y evita que lo perciban como un “sabelotodo”.
Algunos mensajes abarcarán más de un sentimiento:
Hijo: “¡Siempre que quiero hablar contigo, tú hablas con mi hermanita!”
Padre: “Te sientes herido y enfadado.”
De igual manera, los niños pueden sentir una mezcla de emociones, tanto sentimientos agradables como desagradables:
Hijo: “Me gusta este colegio y mis compañeros, pero también extraño mi antiguo colegio.”
Padre: “Te sientes feliz y triste a la vez.”
Escuche el mensaje completo.
Elección de las palabras adecuadas. “Molesto” no es un vocablo muy específico, evite abusar del mismo. Intente utilizar las palabras más precisas, recuerde mostrar sensibilidad ante la forma en que ciertos hijos reaccionan con ciertas palabras.
Práctica
Manifieste los sentimientos de las siguientes frases. Recuerde que la escucha reflexiva no es una ciencia.
La única manera de saber si ha sido un reflector adecuado es a través de la reacción del hijo. Si ha dado con el sentimiento, o al menos se ha aproximado, el hijo se lo indicará. Al practicar, utilice el formato “Te sientes __________________” o “Estás sintiendo _________” (Carkhuff, Berenson y Pierce, 1977):
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“¡Nunca volveré a jugar con ella! ¡Es mala!”
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Te sientes ____________________________
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“Esta tarea no me sale.”
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Estás sintiendo _________________________
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“No quiero almorzar. No quiero hacer nada. Nada está saliendo bien.”
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Te sientes _____________________________
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“ La tiene tomada conmigo!”
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Te sientes ______________________
Piense sobre los dos sentimientos en el siguiente mensaje. Utilice el formato “ Te sientes ___________ tanto como _________________” (Egan, 1975).
Junto con los sentimientos, debemos pensar en las circunstancias o las razones al mismo tiempo que manifestamos el sentimiento. ¿Qué llevó a dicho sentimiento?
Yolanda dijo, “Nunca entenderé las matemáticas, son demasiado difíciles.” Para decidir que se sentía desanimada, se preguntaría, ¿a qué se debe su desánimo? Al decidir la respuesta, diría “Te sientes desanimada porque te parece que las matemáticas son difíciles.” Observe que captó el mensaje de Yolanda y facilitó una frase intercambiable con la suya.
Trabajemos con ello nuevamente. Acuérdese de mantener las respuestas breves y directas.
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“¡Nunca volveré a jugar con ella! ¡Es mala!”
Te sientes enfadada porque ____________________________
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“Este problema no me sale.”
Estás sintiendo desánimo porque _________________________
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“No quiero almorzar. No quiero hacer nada. Nada está saliendo bien.”
Te sientes deprimido porque _____________________________
¿Cómo puedo variar el formato?
Utilizar el formato de “Te sientes ______________ porque _____________” ayuda a aprender a implementar la escucha reflexiva, pero puede que desee variar el enfoque. Puede que opte por simplemente eliminar el “Te sientes” y sustituir “Estás”: “Estás enfadado porque _________”. Cambie la preposición: reemplace el “porque” con “en”, “por”, “con”, “sobre”, “de”. Diga, “Estas enfadada por la forma en que te trata.”
Según vaya sintiéndose más cómodo con esta manera de responder a los hijos, siéntase en libertad de ir variando las “pautas”. Empiece con “Por lo visto” (“Por lo visto te aburres en el colegio”), “Parece” (“Parece que estás desilusionado por no poder ir”) o “Tengo la impresión” (“Tengo la impresión de que estás confundido”).
Seguro que se le ocurrirán otras maneras de iniciar sus respuestas de escucha reflexiva. A continuación señalamos algunas posibilidades (Gazda et al., 1977):
¿Podría ser que…?
Me pregunto si…
Quizás sería…
Corrígeme si me equivoco…
Me da (Tengo) la impresión que…
A ver si lo he entendido; tú…
Por lo que escucho, tú …
______________________. ¿Es así?
______________________. ¿Te refieres a eso?
______________________. ¿Así es como te sientes (lo ves)?
Sea lo más preciso posible. Asegúrese de no subestimar la intensidad de los sentimientos de un hijo. Cuando Elena da un puntapié y dice, “¡Nunca volveré a jugar con ella! ¡Es mala!”, no le conteste, “Me parece que estás molesta con ella.” Elena no está molesta, está enfadada. Los hijos pueden percibir un insulto en la comprensión de sus sentimientos o falta de verdadero interés. Es mejor enfatizar que restar importancia. Por ejemplo, Jeremías dice, “Anda, está lloviendo, no podremos salir al recreo.” Si usted le responde, “Por lo visto te entristece tener que quedarte dentro,” quizás le corrija diciéndole, “No, no estoy triste, me gusta la idea” o “Sólo estoy un poco desilusionado”. Querrá manifestar las cosas con precisión, pero en caso de exagerar, los hijos entenderán que lo ha intentado.
Temas a recordar
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Pocas personas son buenos receptores por naturaleza. La mayoría asumimos los papeles tradicionales cuando los hijos se muestran molestos. Puede que nos quejemos, los critiquemos, amenacemos, sermoneemos, pongamos a prueba, ridiculicemos o tranquilicemos.
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“El lenguaje de la aceptación” requiere que nos mostremos y sintamos relajados, para prestar atención a nuestros hijos y evitar hacer juicios, a modo de utilizar la escucha reflexiva.
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La escucha reflexiva requiere de una respuesta que ponga de manifiesto los sentimientos de los hijos y las circunstancias o razones de los mismos.
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Intente utilizar las palabras más precisas para expresar los sentimientos, no olvide tener en cuenta la reacción de ciertos hijos ante ciertas palabras.
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Asegúrese de no desestimar la intensidad con la cual un hijo expresa sus sentimientos. Es mejor enfatizar que infravalorar.
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Las respuestas abiertas reflejan precisamente los sentimientos de los hijos y las circunstancias en las que surgen; abren las puertas a futuras comunicaciones.
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Las respuestas cerradas añaden interpretaciones y juicios que tienden a cortar la comunicación.
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Tenga presente la posibilidad de que su escucha reflexiva pueda reforzar alguna meta errada del hijo.